domingo, 6 de mayo de 2012


¿SERÁ QUE LOS MONOS TIENEN LOS MISMOS DERECHOS QUE EL HOMBRE?


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El caso de Phineas Gage:
¿El alma reside en el cerebro?

En el siglo XX, los avances de la neurología parecieron mostrar que la parte espiritual del hombre se reducía a un compuesto puramente material. La mente era sencillamente una complicación material del cerebro y el sistema nervioso, y por tanto se reducía a su componente más orgánico. Todo lo mental podía ser convertido a su trasfondo material y fisiológico. Aunque el enfoque más radical de esta teoría es de hace más de medio siglo, la neurología actual continúa siendo seguidora, con matices, de esta teoría (Antonio Damasio, Dennet…)
El materialismo fisicalista apoya su teoría de la identidad mente-cerebro en diversos descubrimientos de tipo científico, tales como que si se dañan determinadas partes del cerebro se pierden ciertas capacidades mentales, así como que diversos productos orgánicos (drogas) pueden provocar cambios en el estado de ánimo. El teórico de la identidad aspira en un futuro a que todos los procesos mentales puedan ser explicados  en términos neurológicos.
Así los defensores de un espíritu asociado a la mente eran considerados un atraso anacrónico Palabras como “mente” o el “espíritu” eran un arcaísmo, un lenguaje poco evolucionado que debería ir dejando el paso a un vocabulario más científico. Así, según sus defensores,  Mariló no podría decir por ejemplo “siento dolor en el dedo del pie” o Inma “echo de menos a mi amiga”. Lo más acertado de Mariló sería decir: “los estímulos sensoriales provocados por un pisotón, han afectado las fibras C y han hecho que llame a eso daño” o de Inma “la falta de una percepción deseada (amiga) hace que las fibras X del sistema nervioso produzcan lágrimas”. Cosas como el amor y los sentimientos, entendido de esta forma es pura física y química y la libertad humana no existe: estas serían las conclusiones a las que llegarían estos filósofos.



http://www.youtube.com/watch?v=KFkB_xe29Uk
http://www.youtube.com/watch?v=DSTy8GYGsIQ

                                                            El caso Phineas Gage


   
Antonio Damasio en su famoso libro El Error de Descartes, describe un caso clínico muy peculiar que corresponde bien con su interpretación del cerebro y la mente. Phineas Gage era un obrero del ferrocarril americano del siglo XIX. Capataz, modelo de trabajador competente, era muy admirado en su compañía por su precisión y eficacia trabajando con las demoliciones de pólvora. Sin embargo un trágico accidente en una de esas demoliciones produjo que una barra de hierro le atravesara un ojo y perforara el cerebro, saliendo por el lado superior del cráneo. Sorprendentemente, Phineas Gage sobrevivió a la herida y volvió a hacer su vida normal. Sin embargo, rápidamente se dieron cuenta que el nuevo “Phineas Gage” no tenían nada que ver con la persona que antes habían conocido. Se había vuelto muy rudo, sin habilidades sociales, impaciente, y rápidamente perdió su trabajo. Incapaz de cambiar su comportamiento, acabó trabajando en granjas, en un circo, pero no se mantenía en ningún sitio por mucho tiempo. Murió en la más absoluta miseria: incomprendido por una sociedad que no fue capaz de detectar su problema clínico.
Los médicos de entonces no se podían explicar ese cambio en su psicología, y por más que intentaron  reeducarle, se dieron cuenta que era totalmente inútil. El hecho dejaba una constancia clara para la posteridad: la parte inferior del cerebro, que supuestamente no servía para nada, actuaba como regulador de nuestras decisiones y nuestras habilidades sociales. El alma (y con ello la ética y la libertad) tenía una base puramente material, basada en la actividad del cerebro.


EL EXPERIMENTO DE ASH
¿ES EL HOMBRE “UNA OVEJITA”?

En el año  1951  fueron realizados una serie de experimentos que demostraron significativamente el poder de la conformidad en los grupos.
Los experimentadores, conducidos por Solomon Asch pidieron a unos estudiantes que participaran en una supuesta “prueba de visión”. En realidad todos los participantes del experimento excepto uno eran cómplices del experimentador y el experimento consistía realmente en ver cómo el estudiante restante reaccionaba frente al comportamiento del grupo.
El objetivo explícito de la investigación era estudiar las condiciones que inducen a los individuos a permanecer independientes o a someterse a las presiones de grupo cuando estas son contrarias a la realidad.
A todos los participantes se les pidió que dijeran cuál era a su juicio la longitud de varias líneas dibujadas en una serie de láminas. Los cómplices habían sido preparados para dar todos, respuestas incorrectas en los tests.
Los resultados fueron que muchos demostraron un malestar extremo y un proporción elevada de ellos (33%) se conformó con el punto de vista mayoritario, incluso aunque la mayoría dijera que dos líneas con varios centímetros de longitud de diferencia eran iguales, mientras que, los sujetos que no estaban expuestos a la opinión de la mayoría no tenían ningún problema en dar la respuesta correcta.
De este modo se demostró como un grupo puede influenciar a sus miembros y hacerles cambio o dudar de su opinión.
http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=rFVLyYDWbzY



¿DEBIÓ SÓCRATES ESCAPAR DE LA CÁRCEL?



(470 – 399 a. C.) fue un filósofo griego considerado como uno de los más grandes, tanto de la filosofía occidental como de la universal. Fue el maestro de Platón, quien tuvo a Aristóteles como discípulo; estos tres son los representantes fundamentales de la filosofía griega. 
Nació en la Antigua Atenas, donde vivió durante los dos últimos tercios del siglo V a. C., la época más espléndida en la historia de su ciudad natal, y de toda la antigua Grecia.

Su muerte tuvo lugar con el envenenamiento por cicuta. Método empleado por los griegos para ejecutar las penas de muerte. 
Sócrates fue acusado de no conocer los dioses atenienses y corromper la juventud. Esto era solo una tapadera, la cual, verdaderamente, estaba fundamentada en dos de sus discípulos que fueron tiranos y atentaron contra Atenas.
Según cuenta el discípulo Platón, su maestro pudo haber escapado de la cárcel y con esta, su muerte. Él acatando su castigo lo llevó adelante. 
Este es un hecho de real moral, principios justos y valentía. Sócrates podía haber quedado libre, escapando a otro lugar porque lo que realmente había hecho era manifestarse contra el orden. Un orden que no tenía piedad.
Como ocurre actualmente y tristemente como siempre, la moral está perdida entre tantos que casi es inexistente. Buenas personas son perseguidas porque corruptos, mentirosos y gañanes, en definitiva, delincuentes en la sombra, tienen más peso en la sociedad. 
Pero... volviendo al tema en cuestión, Sócrates quiso darle importancia, muriendo como un 'mártir' siempre con sus principios e ideales al frente.
Quizá podía haberse salvado, quizá podía haber escapado; pero con esto nos demostró que las verdaderas personas deben tener ideas justas y claras, con humildad. Y, con la muerte, se recordaría siempre. 
Quizá también pudo escapar y luchar en la sombra pero prefirió darle credibilidad a lo que pensaba y huyendo, no iba a conseguir darla.


En definitiva, Sócrates fue justo e inteligente hasta el fin de su vida y optó por la opción más conveniente, según mi punto de vista.
Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre, cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
—Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.
—Así se hará, dijo Critón. Mira si quieres algo más.
Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.

Este fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre, podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy destacado, el más inteligente y el más justo. 

La conversación de Sócrates con sus jóvenes discípulos:
"- Estoy listo para emprender la fuga: pero primero quisiera que decidiéramos juntos si es justo que intente salir de la cárcel contra la voluntad de los atenienses (sus leyes). Pues si es justo,
lo haremos, y si es injusto, nos abstenemos de hacerlo.
- Dices bien, Sócrates.
- ¿No crees , Critón, que en la vida no debemos cometer injusticia por ninguna razón?
- Por ninguna.
- ¿Ni siquiera s antes se ha cometido injusticia?
-Ni siquiera en ese caso.
- Y supongamos que justamente en el momento en que estuviera por escapar, nos salieran al encuentro las Leyes y nos preguntaran: "Dinos, Sócrates, ¿qué intentas hacer? ¿No meditas acaso destruirnos, a nosotras, que somos las Leyes, y con nosotras a toda la ciudad?" En tal caso, ¿qué podríamos responder a estas y otras palabras semejantes? ¿Responderíamos tal vez que antes de la fuga nos fue infligida una condena injusta?
-Claro, responderíamos eso.
-¿Y si las leyes me dijeran:"Ént
é
rate, Sócrates, de que es necesario obedecer a todas las sentencias, sean éstas justas o injustas, ya que toda la existencia del hombre está regulada por las Leyes. "¿No fuimos acaso nosotras quienes te dimos la vida? ¿Y no ha sido gracias a nosotras que tu padre se casó con tu madre y te engendró? ¿y no fuimos también nosotras quienes te enseñamos a respetar a la patria y a no retroceder ante el enemigo?" Si éstas fueran las preguntas, ¿ qué podríamos responder: que dicen la verdad o que son falsas?
- Que dicen la verdad.
- Y pese a eso, tú querrías que yo, después de haberme disfrazado de modo grotesco con un gabán, tal vez con vestidos de mujer, me escapara de Atenas, para ir a Tesalia, donde los hombres están habituados a vivir en medio del desorden y el desenfreno, y todo para prolongar unos añitos una vida que ya toca a su fin. ¿Y qué razonamientos podría yo hacer aún sobre la virtud y la justicia después de haber quebrantado las Leyes?
-Ninguno, a decir verdad.
-Cómo ves, mi buen amigo, no me es en absoluto posible huir; pero si estás convencido de poder persuadirme aún, habla y te escucharé con la mayor atención.
-!Oh, Sócrates, no tengo nada que decir!
- Entonces, resígnate, Critón, ya que éste es el sendero por el que nos conducen los dioses"




http://www.youtube.com/watch?v=KM5zHuR2_8I
Las enseñanzas de Diógenes el Perro: ¿Se puede ir así por la vida?




La Grecia antigua erigió unos paradigmas culturales en los que la civilización occidental se ha inspirado en forma recurrente, retomándolos y ajustándolos a través del tiempo. Gran parte de esta cultura nos ha sido legada a través de grandes obras literarias que para muchos son la cúspide de la erudición y el desarrollo intelectual. Pero la antigüedad también nos ha legado obras de carácter indefinido, curiosas y particulares, como un pequeño libro titulado “Vidas de filósofos más ilustres”, escrito por el historiador Diógenes Laercio en el siglo III D.C. En pocas páginas este libro reúne biografías, fragmentos de filosofía griega y doctrinas sumarias; pero lo que lo hace tan particular, es incluir un montón de anécdotas y chismes atribuidos a dichos pensadores y filósofos de la antigüedad. Muchos de los pasajes de este libro pueden resultar bastante divertidos, incluso algunos estudiosos lo consideran un claro ejemplo del humor antiguo; además, esta obra pone en relieve el fuerte influjo que tenían en la antigüedad el chisme y la anécdota como fuentes de información y verdad.

Entre sus páginas podemos ver desfilar los nombres de: Tales, Sócrates, Platón, Epicuro, Pitágoras, Herodoto, (por nombrar sólo algunos de los más conocidos, la lista es bastante larga). Pero fue Diógenes de Sínope, tocayo del autor y exponente arquetípico de la filosofía cínica, quien llamó mi atención en especial; en principio, por lo mordaz y entretenido de sus anécdotas, rumiándolo algo más y no exento de cierta visión romántica de mi parte, por encarnar utópica y radical oposición frente a las instituciones sociales.
Diógenes nació en el año 412 A .C. En la ciudad de Sínope (actual Turquía), de donde fue desterrado pues trabajando con su padre que era banquero, se dice que se dedicó a falsificar el dinero. Más tarde esta anécdota se interpretó como una metáfora de su filosofía, que denuncia como falsos los valores establecidos e invita a sustituirlos. Parece ser, sin embargo, que el hecho de su exilio lo tomaba con ironía y hasta humor, “si ellos me condenan a irme yo los condeno a quedarse”, afirmaba cuando alguno le recordaba su condición de desterrado. Pasó el resto de sus días entre las ciudades de Atenas, Esparta y Corinto; viviendo en extrema austeridad, pues consideraba que la ambición material y los deseos esclavizan al hombre. Dormía en las calles, incluso se dice que durante algún tiempo tomó como morada un viejo barril (imagen algo caricaturesca que se ha conservado a través del tiempo). Vivía de limosnas que pedía persuasivamente o exigía a los transeúntes y amigos. Decía que la vida era sencilla pero los hombres se empeñan en complicarla por lo que se esmeró en vivir sólo con lo necesario. Una anécdota apócrifa refiere que llegado Alejandro Magno a Corinto fue a visitar al particular personaje del que tanto había escuchado, se paró frente a Diógenes, que se encontraba echado en la calle, y luego de presentarse le dijo: “Pídeme lo que quieras, te será concedido”, a lo que éste le contestó: “pues entonces córrete, que me tapas el sol”. No obstante esta anécdota es poco creíble pues no concuerda con los referentes históricos que se tienen, su origen puede atribuirse más bien a un afán de reunir a dos personajes opuestos: el megalómano Alejandro y el austero Diógenes.





Diógenes rechazó radicalmente las convenciones sociales por ser artificiales, ajenas a la naturaleza humana y por lo tanto coercitivas a la libertad; comía carne cruda y satisfacía sus necesidades fisiológicas en la vía pública. Habiendo sido descubierto una vez masturbándose en público, y al exigírsele una explicación, contestó con sarcasmo: “Ojalá pudiera saciar el hambre con igual facilidad, sólo frotándome el estomago”. Aludiendo a su desvergüenza e impudicia, sus contemporáneos lo apodaron despectivamente “perro”, kyon, en griego, palabra de la que se derivó kynikoí, que traduce cínico, y que fue el término con que se designó su filosofía y a sus seguidores. No obstante, como muchas palabras, este término ha transformado su significado con el tiempo; actualmente se califica como cínico quien aún a sabiendas de estar obrando mal se jacta de su conducta, pero el significado antiguo de la palabra cínico, si bien tiene en común con la acepción moderna la alusión a la desvergüenza en el comportamiento, no implica el estar obrando mal, sino el tener la desvergüenza necesaria para criticar aquello que está mal en la sociedad, pero que los demás, precisamente por vergüenza (o conveniencia social) no se atreven a denunciar.
Se burlaba de quienes mucho predicaban pero aplicaban poco: filósofos, oradores y demás cultores de la retórica. Su pedagogía era mucho más directa y persuasiva; se valía del ejemplo, del humor e incluso del escándalo, para exponer sus puntos de vista. Se dice que en una ocasión, al ver a una mujer que adoraba a los dioses en posición sumamente inclinada (y tengamos en cuenta que, si bien dicha postura vista de frente demuestra devoción, vista desde atrás puede sugerir ideas muy distintas) con la intención de censurar su carácter supersticioso, le dijo. “¿No te da reparo mujer, que haya algún dios a tu espalda, ya que todo está lleno de su presencia, y le ofrezcas un feo espectáculo?”. Viajando en barco fue secuestrado por piratas y puesto a la venta como esclavo, cuando el mercader le preguntó qué sabía hacer respondió: “sé mandar, véndeme a un hombre que necesite un amo“. Impresionado por su ingenio fue comprado por un hombre llamado Xeniades, quien lo llevó a vivir a Corinto y lo nombró tutor de sus hijos. En Corinto vivió el resto de sus días; de su muerte, a los noventa años de edad, existen varias y curiosas versiones. Se dice que, consecuente con su doctrina y haciendo gala de un férreo autodominio, decidió suicidarse conteniendo la respiración. Otra versión afirma que murió intoxicado por ingerir carne de pulpo cruda. Y otra versión más, quizás la más divertida, dice que murió por una mordida que recibió cuando intentó alimentarse junto a otros perros.
Diógenes sobrevive al tiempo más que como un ser histórico, como un personaje literario, como una leyenda que representa la resistencia al orden social establecido, que corrompe y sega la libertad del hombre. Mucho tiempo después, y en un contexto completamente diferente sigue siendo pertinente revisar este personaje; pues su crítica, más allá de estar circunscrita a un tiempo-espacio concreto se dirigió a aspectos esenciales de la civilización. Puede resultar fácil subestimar el valor filosófico del cinismo, por su carácter asistemático y controversial, pero lo que definitivamente nos enseña el cínico es la importancia de una actitud crítica y reflexiva frente a los paradigmas sociales, reconsiderar, siquiera por un momento, lo que hemos tenido siempre por incontrovertible.
La enseñanza del perro